9/23/2009

BUSCANDO MALAS PALABRAS

En una entrevista que le hiciera a mi amigo, el escritor Ricardo Vìrhuez, respecto al Plan Lector, me manifestó que, para él, los problemas empiezan en casa, con lo que él llama “el padre hipócrita”; es decir aquel padre que quiere que su hijo sea profesional pero no compra libros; asimismo no permite que el hijo o la hija lea cualquier tema de literatura y pone una censura si hay una palabra obscena o algo erótico.
Esta es una realidad que la observamos a diario los maestros. ¿Cuántas veces no hemos recibido a una madre de familia indignada, y a punto de abofetear al maestro o maestra que recomendó un libro que entre sus docientas páginas alojaba a un inofensivo “carajo”? O como le pasó a un amigo profesor, cuyo “audacia” casi le cuesta la pérdida de su contrato en un colegio privado, al comentar la lectura de “Memoria de mis putas tristes”, del gran Gabo, y que en un programa radial de mala muerte, el locutor se desgañitaba preguntando “¿cómo este adefesio de profesor va a hablar de esa obscenidad a los muchachos?”. Era obvio que este mal hombre no había leído ni una línea del mencionado libro.
No es que estemos de acuerdo con que nuestros niños y jóvenes lean textos plagados de palabras ofensivas e hirientes, sino evitar negarles una realidad que está a la vuelta de la esquina. Imaginemos que un niño nunca haya leído respecto a la delincuencia que opera en nuestras calles (y sus respectivos códigos), va a tener una visión distorsionada de la realidad. Cuando tenga que afrontarla no estará preparado y será presa fácil de sus consecuencias. Es más, pegamos el grito al cielo por estas cosas, pero sí llevamos a casa “El popular”, “El Chino”, etc., que son monumentos a la lujuria, a la línea roja de nuestra sociedad y al mal gusto.
El mismo Vírhuez, en otra oportunidad me decía: los padres y algunos directores de colegios, andan preocupados porque los libros de los jóvenes estén limpios de alguna “mala palabra” (como se les llama) pero no dicen nada cuando un niño lee “Caperucita Roja” y se observa el desquiciamiento, el acto sangriento del lobo devorándose a la abuelita, la bestial muerte (a hachazos) del lobo. O cuando leen “Hansel y Gretell”, que desarrolla la fuerte escena de unos indefensos niños abandonados a su suerte por sus propios y desalmados padres.
Mucha razón hay en estos argumentos (no porque Vìrhuez lo diga). Los padres deben entender que sus hijos están viviendo en una realidad tan agitada, y muchas veces las lecturas nos sirven para mirar esa realidad y combatirla. Justamente ahí entra la mano del maestro y el padre de familia, quienes deben leer lo que los niños y jóvenes para orientarlos. Si quieren ir más allá, entonces sean consecuentes y hagan una campaña masiva para prohibir los diarios chicha que todos los días sus hijos leen en las esquinas.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 23/09/09)

9/09/2009

MENTES BRILLANTES, PINTANDO

La educación integral está en boca de todos. Los colegios la usan en su marketing y la han convertido en un cliché. Pero son pocos los colegios que verdaderamente la ponen en práctica.
¿Qué alumnos queremos formar, qué valores queremos inculcarles, a dónde y cómo orientar el proceso educativo?, son algunas de las preguntas que suponen una responsable reflexión acerca de la tarea de la escuela.
La Educación Integral basada en un humanismo armónico pretende desarrollar todo lo que perfeccione al ser humano. De ahí que muchas veces es más importante que un estudiante egrese de las aulas siendo capaz de conducir su vida con coherencia y responsabilidad, antes que tenga elevadas notas pero no sepa resolver problemas con autonomía.
Particularmente me siento feliz cuando veo, a mis alumnos o alumnas, disfrutando de un libro, leyéndome un poema de su autoría, pintando un paisaje, viviendo con pasión un deporte, ejecutando con maestría un instrumento musical, discutiendo sobre los grandes problemas del país, proponiendo alternativas para resolverlos. Es decir, haciendo cosas que, por mucho tiempo, fueron consideradas de poca valía por la educación formal y memorística. Creo que la clave de la educación está en construir la felicidad de los niños y jóvenes.
Hace poco estuve en la Casa de la Emancipación, participando de la inauguración de una muestra de pintura, cuyos autores fueron mis alumnos, del nivel secundario, del colegio Mentes Brillantes. Era curioso y gratificante ver a estos muchachos y muchachas, quienes enfundados en trajes de gala, mostraban hermosas pinturas donde podíamos solazarnos con paisajes, escenas de la vida cotidiana, figuras abstractas, etc. Soy testigo del entusiasmo de ellos y ellas, quienes con pasión dejaban toda su expresividad en el lienzo para luego, orgullosos, mostrar sus avances.
Este tipo de actividades demuestran que la escuela sí puede aportar al perfeccionamiento del ser humano. Todos sabemos que, a través de la pintura los niños descubren un mundo lleno de colores, formas, trazos y de imaginación. La pintura dice lo que no se consigue decir con palabras. Simboliza sentimientos, pasiones y experiencias. Estimula la comunicación y la creatividad. Sensibiliza y aumenta la capacidad de concentración y expresión de los niños. Con la pintura se disminuye la ansiedad y desintoxica el alma. A través de un pincel y de un poco de pintura, los niños expresan sus inquietudes y sus emociones, se tranquilizan y serenan, al mismo tiempo que desarrollan sus gustos.
Que un niño o adulto se conmueva apreciando una obra de arte vale más que la libreta de un insensible, atiborrado de buenas notas. He ahí un aporte de la educación integral.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 09/09/09)

9/03/2009

YO SOY EL HUAQUERO VIEJO

“Un pueblo que honra a su pasado y lo estudia se honra así mismo. El honor que el Perú dispensará al estudio de su historia traerá la elevación política del país y en el respeto que le inspiren los mudos testigos de su grandioso pasado encontrará la fuente de su elevación espiritual, sin la cual todo progreso es imposible”. Sabias y contundentes palabras de don Max Uhle.
Hace poco observé con mis alumnos un documental donde nuestro gran historiador don José Antonio de Busto, nos manifiesta que los hallazgos arqueológicos hechos en el Perú han sido fruto de la casualidad, pues no existe investigación científica para descubrir restos arqueológicos.
Recordé entonces una realidad y odiosa verdad: nuestro Estado Peruano no se preocupa por los valiosos vestigios dejados por los abuelos de nuestros abuelos. Dos pruebas al canto:
1. Las buenas lenguas cuentan que el primer ser vivo que tuvo contacto con la riqueza que, en sus entrañas, guardaba la Huaca Rajada, fue un conejo. Sí. Así como lo lee, un humilde conejo orejón, que debe haber sido engullido por los exquisitos paladares lambayecanos, sin siquiera haber sido condecorado por su aporte a la nación. Resulta que el muy animal, escarbando en su corral, logró sacar una moneda de oro que dio la pista a los arqueólogos, y a los saqueadores. La otra noticia que corrió como reguero de pólvora fue que en cierta oportunidad dos policías descubrieron (en una cantina) a unos huaqueros que querían pagar el trago con una pieza arqueológica de oro. Otros dicen que en una reyerta por el reparto del botín un huaquero resultó baleado y al intervenir la policía se encontró con los primeros vestigios de lo que sería la tumba del majestuoso Señor de Sipán. El resto es historia conocida. Walter Alva es parte de esa historia.
2. Antes que el arqueólogo Régulo Franco Jordán nos diera a conocer el más importante hallazgo Mochica de los últimos tiempos, lo huaqueros ya habían estado haciendo su festín en la Huaca de Cao Viejo. Un documental cuenta que uno de los huaqueros descubrió unos preciosos murales y los volvió a cubrir para no despertar, aún más, la codicia de sus compañeros. El resultado: tiempo después se descubrió que debajo de esos murales yacía, imponente, la Señora de Cao.
Sin embargo, no es que los arqueólogos no tengan la suficiente capacidad para realizar trabajos de investigación y hallar restos arqueológicos. Lo que pasa es que no cuentan con el apoyo económico que un trabajo de este tipo requiere.
Urge, entonces, una política estatal para descubrir, conservar y preservar nuestro patrimonio arqueológico (la mayoría de proyectos arqueológicos son sustentados por la empresa privada). Dejemos de ser el país al que la cultura le apesta. Esto permitirá que algunos inescrupulosos y malos peruanos dejen de cantar, al son de la famosa marinera: “Yo soy el Huaquero viejo, que vengo de sacar huacos”.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 02/09/09)