11/25/2009

MANOTAS

Manotas marcha gallardo exigiendo la homologación de su sueldo con el exorbitante sueldo de los magistrados peruanos. De un tiempo a esta parte se ha vuelto “luchador”. Y es que siente que el gobierno lo maltrata con un sueldo de hambre. Su puño grotesco se alza junto al de sus colegas. Le toca dar vivas por la lucha y siente un escozor que lo hace ruborizar, aunque este rubor no se percibe en su cetrino y feo rostro. Y es que las vivas dicen: ¡Por la dignidad del maestro!... ¿Dignidad? ¿Maestro?, mira a todos lados y siente una vergüenza que jamás había sentido. Siente como si alguien lo estuviera mirando con una sonrisa burlesca.
En medio de las vivas y los puños en alto, recuerda que ingresó a trabajar en la Universidad de su ciudad por favores políticos. En ese entonces era un joven profesor de promedio regular. Su militancia en el partido permitió que los camaradas le den una “manito” a este hombre de manos exageradas. De la noche a la mañana se convirtió en profesor universitario y con el tiempo exigió que se le llame “catedrático”, aunque sus alumnos iban a sus clases más por evitar ser inhabilitados que por la esperanza de aprender algo.
En sus inicios universitarios era considerado un cuadro político de izquierda. Esa izquierda que poco a poco se iba esfumando de su incipiente espíritu burgués. Si decía que era de izquierda era para aprovechar las becas y viajes de placer que ésta le otorgaba. Esperaba el momento preciso para huir de sus filas. Ese momento llegó cuando, aprovechando una escisión del partido, renunció llevándose 34 mil dólares.
Sus clases eran un homenaje a la idiotez y a la mediocridad. Eso sí, era puntual, no hay que negarlo, pero no por sus buenas costumbres, sino para ver llegar a las más bellas estudiantes y exigirles besos en su degenerado rostro, adornado por un hilillo de salivación. Estas damitas eran las que al final del curso resultaban desaprobadas y luego aprobadas previa cita a las 2 p.m. en su vieja y desolada oficina. Era de ver a las damas saliendo con el rostro desencajado y a punto de soltar el vómito. Hubo una alumna de proporcionadas carnes que le hizo creer que era su príncipe azul y de victimario, Manotas pasó a ser víctima, pues la dama lo convirtió en su perrito (con las disculpas al perro) faldero. Era el hazmerreír de sus colegas cuando, con sus setenta años a cuestas, se le veía comprando chocolates, flores, calzonarios (como él los llamaba), aparte de los pollos a la brasa y los trabajos universitarios que tenía que hacerle a la muchacha, mientras ésta se regodeaba con su verdadero marido. Manotas rebozaba de amor y hasta empezó a bañarse dos veces al día. Fue por estos tiempos que, merced a su espíritu corrupto, fue elegido Director del colegio de su Universidad, donde se está llenando los bolsillos con dinero ajeno.
Por eso siente ese escozor cuando ve a su lado a sus ex camaradas, quienes nunca claudicaron, y se burlan al escucharlo gritar ¡dignidad! Piensan que en la sucia boca de Manotas la dignidad se convierte en una mala palabra. Por lo tanto, no merece ganar ni un céntimo.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 25/11/09)

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