1/07/2010

PERSIGNÁNDOSE PARA PECAR

Es uno de los politiqueros más comodines de la historia del Perú. La sola pronunciación de su nombre genera repulsión entre millones de ciudadanos pensantes y admiración entre los acusados de violar derechos humanos. Tan polémica es su estela, que su compañero de ruta, Mario Vargas Llosa, lo llamó “politicastro” y el otro Varguitas (Álvaro) lo acaba de llamar “picapleitos”.
Antes era un crítico altisonante de Alan García, pero en la segunda vuelta del 2006, ante la inutilidad de su “cargo consuelo” como parlamentario andino (de andino no tiene nada) salió en los medios anunciando que el Alan que él tanto había criticado ahora era un Alan maduro y honesto. Los inteligentes al toque pensaron “Alan ya le ofreció un Ministerio a este zamarro”. Su constante política ha sido estar al lado del poder, desde acérrimo defensor fujimorista hasta su nombramiento como ministro de defensa del actual gobierno aprista.
Es muy religioso (casto y solterón) y pertenece al Opus Dei, que unos llaman “una secta tenebrosa dentro de la iglesia católica”. Tan religioso y católico que apoya la compra de armas, mientras su jefe miente con esa cantaleta del “No al armamentismo”. De esta manera deja en claro que en política los preceptos religiosos se mandan al diablo. Jesús ya lo hubiera latigueado.
Siempre está en el ojo de la tormenta cuando de derechos humanos de campesinos, estudiantes y pobres se trata. Seguramente tiene muy en claro la prédica de su hermano mayor, el Cardenal Cipriani, quien sostiene muy orondo que “los derechos humanos son una cojudez”. Por eso votó a favor de la amnistía a los asesinos, integrantes del Grupo Colina. Por eso se niega a facilitar la identidad de los militares que mataron a 100 campesinos en la base de Putis.
Tanto es su apetito de poder que no dudó en renunciar a su antiguo grupo político para pasarse a las filas del gobierno, estrenando un apetitoso cargo de ministro. Cuando se propaló el mayor acto de corrupción del gobierno, cayó el gabinete que integraba, pero, como tiene una buena estrella, fue nombrado embajador en el extranjero violando las leyes que se lo impedían.
Una de sus últimas hazañas es criticar negativamente al Museo de la Memoria, tan urgente en nuestro desmemoriado país. Quiere que este Museo no sea “injusto con las Fuerzas Armadas como lo fue el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. Anteriormente había dicho que la exposición fotográfica de la CVR sobre la época de terror que vivió el Perú entre 1980 y 2000, dejaban mal paradas a las instituciones castrenses así como a las rondas campesinas. Él sabe que eso no es cierto, pero siempre juega al “miente, miente, que algo queda”. Está claro que no quiere que se recuerde las “acciones” de esos “valerosos” soldados que han perdido todas las guerras con países extranjeros, pero han ganado la guerra al propio Perú, matando, torturando y violando a muchos de sus inocentes hijos, sobre todo mujeres y niños.
¿Su nombre? Perdónenme estimados lectores. No lo puedo pronunciar. Mis manos se niegan a escribir y mis labios a pronunciar tan desagradable nombre. Menos mal que todos ustedes lo conocen. Es el rey de los derechistas comodines.
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Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 07/01/10)

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