8/26/2009

PUTIS... O CAVAR LA PROPIA TUMBA

Eran campesinos pobres, mejor dicho campesinos normales. Unos hombres de poncho, ojotas y fusil habían llegado a su pueblo (enclavado en los andes ayacuchanos), presionándolos para que caminen por lo que ellos mal llamaban el sendero luminoso del Amauta. (El Amauta jamás hubiera embarcado a su pueblo, por la fuerza, a una revolución que no sentían propia).
Estos comuneros creyeron en su Estado, en su Perú. Huyendo de Sendero Luminoso, se concentraron al lado de la base militar de Putis para recibir su protección. Los militares incitaron esta decisión, pero cuando los comuneros bajaban con su bandera blanca de la paz, en realidad bajaban a convertirse en unas cifras más de la cruenta guerra política de los ochenta.
Los militares inmediatamente concentraron a la población en la escuela. Luego ordenaron a los varones abrir un hoyo profundo diciéndoles que serviría para construir una piscigranja. Los comuneros, que cuando remueven la tierra lo hacen con alegría, no se daban cuenta que estaban cavando – literalmente – su propia tumba. Al final de la jornada la muerte se hizo presente para hacernos recordar que los pobres son descartables. Armas manchadas de infamia fueron dando cuenta de estos seres humanos plenos de esperanza y paisaje serrano. Armas alimentadas de sufrimiento cegaron la plenitud de casi cien campesinos, entre ellos 48 niños. Mientras el desenfreno de sangre deleitaba a los verdugos, las mujeres eran violadas por otros cachacos, de los que mi paisano Miguel Grau sentiría náuseas. Para concluir y celebrar su festín macabro los militares se robaron todo el ganado de los comuneros de Putis. (Y aquí recuerdo a Manuel Scorza diciendo “las únicas guerras que ha ganado nuestro ejército peruano ha sido contra sus propios hermanos de raza, contra el propio Perú”).
Y como la verdad siempre vence a la penumbra, las fosas comunes, donde yacían los tristes restos, fueron encontradas. Los muertos de aquella mancha negra de nuestra historia serán enterrados nuevamente. Esta vez acompañados por lágrimas de rostros conocidos y por las milenarias flores del campo.
En una ceremonia llevada a cabo en Huamanga, el Ministerio Público entregó los restos de 92 víctimas de la matanza de Putis, Ayacucho, ocurrida en 1984, durante el gobierno de Belaúnde. Se han entregado los restos, pero lejos estamos de entregar justicia a esos campesinos que cometieron el delito de ser pobres, cobrizos y serranos.
La Comisión de la Verdad recomendó una reparación a las víctimas de la violencia. El gobierno se niega sistemáticamente. Como premio consuelo se va a construir una piscigranja en Putis. Y seguramente quienes abrirán la fosa serán los comuneros, porque, tercos como son, querrán darle vuelta a la historia y apostar por la vida.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA”. (Trujillo, 26/08/09)

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