5/08/2009

EL PERIODISTA


Hay momentos en la vida en que somos inmensamente felices. En mi caso, soy feliz, por ejemplo cuando estoy con la familia, cuando mi hijo me dice “te quiero mucho”, cuando me reúno con los amigos para comentar las últimas primicias. También cuando leo un buen libro. Respecto a esto último, un buen libro produce en mí una sensación de triunfo frente a las toxinas urbano cotidianas, un júbilo vital. Esto me ha pasado leyendo “El Periodista” del prolífico escritor Ricardo Vírhuez Villafane, afincado en Lima.
Hace dos años conocí a Ricardo Vírhuez y entre otras cosas me comentó de una novela que había publicado en 1996. Al escucharlo me imaginaba una novela interesante en temática, así que le planteé: “tienes que reeditarla”. Hace pocos días recibí un e-mail con el prólogo de la segunda edición de este excelente libro y este 23 de abril en un arranque de desbordante amistad, sazonada con ceviches y bebidas refrescantes en un retaurante trujillano, Ricardo me dijo: “hoy se regala libros, así que te regalo el mío”. Era el esperado libro que he devorado con placer.
Esta novela (calificada por alguien como una novela perfecta) está ambientada en la maravillosa Iquitos y desnuda el submundo en el que se mueven algunos pseudo periodistas, quienes usan su efímero poder para sobornar, corromper, silenciar, ocultar o convertir en intocables a protervos personajes. El pretexto es una carta a Juliana, a quien imaginamos extremadamente hermosa, y que Vírhuez utiliza muy bien para embriagarnos con un terso lenguaje poético. Así, con una intensidad que en ningún momento declina, nos va transportando a los crudos hechos de una realidad que nos embiste a la vuelta de la esquina, no sólo para enrostrárnosla sino para plantear una salida a la infamia.
El mismo Ricardo, en el prólogo, nos cuenta la vida abrupta que esta novela tuvo desde su aparición. Resulta que fue denunciado por un periodista loretano que se sintió retratado en la novela. Un juez (de esos ineptos que merodean por el mundo) no supo diferenciar la ficción de la realidad y acogió, con manos y pies, la denuncia. Todo terminó en 1998 cuando un levantamiento popular contra Fujimori, en Iquitos, quemó varios edificios, entre ellos el del Poder Judicial, por lo que el celebérrimo expediente se convirtió en justicieras cenizas.
Estamos ante una novela bien lograda que se lee de un tirón y que reafirma la calidad literaria del poeta, novelista, ensayista, periodista, editor, viajero y enamoradizo Ricardo Vírhuez.
Estoy seguro que algunos malos periodistas se sentirán pintados en cuerpo y alma en este libro, otros reafirmarán su vocación periodística limpia y consecuente y los lectores comunes y silvestres (como yo) confirmarán una realidad a la que hay que combatir. A leerlo sin pérdida de tiempo.

Diario CORREO. Columna “ESTA BOCA ES MÍA". (Trujillo, 06/05/09).

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